Aquél carmín de labios rojo, sentaba muy bien a Ángela. Se estaba retocando mirándose en el espejo de su plateada polvera. Al observarse recordó su triste adolescencia, en la que constantemente era humillada o golpeada por sus compañeros de instituto, que la agredían e insultaban sin piedad, llamándola mariquita.
Su nombre hasta hace muy poco tiempo había sido Ángel, porque había nacido erróneamente en un cuerpo de hombre, cuando siempre se había sentido mujer. Luego las operaciones y las hormonas hicieron el resto, convirtiéndola en esa chica que siempre quiso ser.
Abrió su bolso y metió su lápiz de labios, a la vez, que una lágrima recorrió sus sonrosadas mejillas, pero esta vez, ya no eran de amargura sino de alegría, porque el espejo ahora le devolvía la imagen de Ángela, habiendo desaparecido para siempre aquel horrible hombre al que aborrecía y odiaba.
Se secó las lágrimas y sonrió levemente, porque la lucha de todos esos años había dado sus frutos y por fin, había conseguido su anhelado objetivo, que tanto dolor y amargura le hicieron padecer.
Alzó la vista al cielo, y lo vio más azul y claro que nunca, igual que la nueva vida, que a partir de ahora comenzaba para ella.
Ángela pudo dejar atrás, esa dura etapa que ni siquiera quería recordar, para empezar otra nueva, llena de esperanza e ilusión. Pero por desgracia en esta sociedad en la que vivimos, aunque sea una minoría, todavía hay gente que sigue rechazando a los que considera diferentes, por tener un defecto físico, por su color de piel, o en este caso porque la naturaleza se ha cebado con ellos. Por lo tanto, al igual que hay diversidad de animales, plantas o flores, lo mismo pasa con las personas. Aunque por desgracia, no son aceptadas por igual, porque con sólo reflexionar un poco, aparece uno de los valores que en verdad enriquece al ser humano: el saber respetar, apoyar, y ayudar, a todos aquellos que todavía sufren la exclusión social, por rechazo, odio, o discriminación, para que puedan tener la misma oportunidad que los demás, y hacerse un hueco en este mundo en el que vivimos, tan cruel, desigual, pero sobre todo tan injusto.
María Jesús Epelde