jueves, 16 de febrero de 2017

EL NIÑO DE LLUVIA


Soy la lluvia, reina de mis dominios. Lo tengo todo mojado, inundado. Los ríos desbordantes, los arroyos rugientes, las fuentes rebosantes .Todo bajo control. Por eso no di crédito cuando el viento, uno de mis diversos contrincantes, me dijo que hay un lugar lejano donde no existo, donde ni siquiera han oído  hablar de mí. Es, según me dijo, el desierto.
            Soy la lluvia y estoy en un lugar inhóspito. El viento tenía razón aquí no existo, sólo él, el sol y la arena. Este es mi reto, aquí comienza el desafío de mi poder contra el poder de, esos, mis competidores.
            Ayudada por mis fieles súbditas, las nubes, he comenzado  mi trabajo. Las gotas al principio caían con miedo y desaparecían rápidamente entre las diminutas arenas, pero, poco a poco han ido cogiendo confianza y han acabado desparramándose con poderío,  imponiéndose y formando
pequeños charcos asustados, pues no conocían aquellas sensaciones que estaban experimentando por vez primera.
Y allí, sin que nadie se  diera  demasiada cuenta, ha ocurrido un hecho inusual.  Yo, la lluvia, he comenzado a mezclarme con la arena y sus granos han comenzado a juntarse y a amalgamarse, parecía que intentaban comprobar que ayudándose entre ellos, tenían más fuerza. Mis contrincantes no se han quedado pasivos y el sol queriendo imponer su fuerza ha tratado de inutilizar mi trabajo para retornar a la situación anterior de sequia y aridez. Entonces el viento queriendo ayudar al sol ha soplado sus ráfagas más intensas. Nunca se había visto nada parecido.
Intentando imponer cada uno su diferencia, su diversidad, hemos conseguido algo nunca visto, una forma alargada que quería parecerse a la figura de un humano.
Abrumados por lo conseguido sin objetivo ni meta alguna nos hemos mirado pensativos, expectantes. Hemos decidido volver a empezar. Yo mandando a las nubes que expriman su líquido sobre las arenas; el viento soplando con fuerza y junto con el sol tratando de anular mi trabajo. Y ha vuelto a suceder. Esta vez no hemos desistido y todos hemos continuado con nuestro trabajo, intentar dominar a los demás.
El viento soplando  con toda su fuerza ha horadado, a ambos lados de la  cabeza, dos orificios, haciendo que su ulular penetrase en ellos. Ha sido él el que también ha abierto otros dos huecos haciendo que todo el cuerpo se moviese rítmicamente según entraba o salía por ellos. No sabemos quién ha sido el artífice de que apareciesen dos puntos, brillando cuando se abrían, como piedras recién mojadas por mí, (por eso creo que he sido yo aunque el sol dice que es él el que las hace brillar).  Las ondas, que el viento materializaba en mis aguas, desarrollaban un movimiento rítmico en todo el cuerpo. Y la espuma surgida  de toda esta actividad formaba unos hilillos suaves alrededor de la cabeza. Al fin los truenos con sus descargas eléctricas dieron vida al pequeño ser.
                                                                                                                              

                                                                                             B.A. 

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